miércoles, 16 de octubre de 2013

El derecho a Ser



Hoy se lleva adelante el Blog Action Day y este año el tema sugerido son los derechos humanos.  Viendo como están las cosas en el mundo, y a la vuelta de la esquina, me pareció oportuno sumarme nuevamente a la iniciativa.




Cuando uno piensa en los derechos humanos la asociación de imágenes es muy explícita. Hagan sino la prueba, cierren los ojos un momento y piensen en eso por un momento. ¿Aparecieron imágenes que representan los derechos humanos o la violación y/o supresión de los mismos?.  La carencia nos enseña el valor de lo que nos falta, la pérdida nos conmueve siempre, la oscuridad nos ayuda a entender el alcance de la luz. Entonces, quizás la cuestión es todo lo que asumimos, lo que damos por sentado. Los derechos humanos no son abstracciones grandielocuentes que se pasean por la ONU. Son una realidad palpable, intrínseca a nuestra condición humana, son parte de nuestra vida diaria. ¿Cuántos de estos derechos estoy ejerciendo en este momento? Sentada descalza frente a mi computadora, con varios libros, de poesía, política y filosofía, apilados sobre el escritorio y un café al alcance de la mano. ¿Cuántos? Más de los que se imaginan; porque elegí cómo estoy vestida, qué leo, qué escribo, qué bebo, qué uso le doy a  Internet, y elijo estar sentada  acá, en la comodidad y seguridad de mi hogar, sin el temor de que alguien venga a derribar mi puerta o un misil haga temblar las paredes de mi casa. En este preciso momento, ¿cuántos millones de personas  están en mi situación?¿Cuántas no?. Y ahí empiezo a acercarme al meollo de la cuestión.  Si comparto estos derechos con otros, partiendo de la premisa de que nuestra condición humana nos iguala, y de que soy un ser social, no puedo ejercerlos en soledad. Necesito de otros para vivir con estos derechos, necesito que los demás también los respeten y hagan valer en cada una de sus acciones. Y me viene a la mente una frase de Oscar Wilde, poco casual teniendo en cuenta que hoy es, además, aniversario de su nacimiento: "el deber es lo que esperamos que hagan los otros". Porque sí, todo derecho conlleva un deber, y no respetar un derecho es incumplir un deber. Sí, necesito de los otros, necesito compromiso colectivo, pero yo misma soy ese otro del que espero respeto por mis derechos esenciales. Entonces tengo que estar consciente de estos derechos en mi día a día, para no perderlos de vista, para asegurarme de actuar en concordancia con ellos, tengo que ser, en palabras de Gandhi, el cambio que quiero ver en el mundo. ¿Y cómo hago para no perderme en esa suma de cosas que no son tan importantes pero lo parecen? ¿Cómo hago para no dejar de "ver" a las demás personas y a mí misma? Porque estoy rodeada de información y puedo comunicarme con personas de todas partes de mundo, pero los titulares se desvanecen en el instante en que tengo que ocuparme de pagar una factura, preparar el almuerzo para mi hija o correr hasta el andén porque se va el tren. Y esa nena que murió abusada y tiene casi la misma edad de la mía es una nota de tres mil caracteres en la edición matutina,  es el comentario de las próximas horas en las redes sociales, pero mañana ya no lo será. Mañana esa niña ya no será para nosotros, como dejó de ser para sí misma cuando murió. ¿Y la tragedia de Lampedussa? ¿Cuántos derechos humanos se incumplieron a lo largo de los años para que esas personas murieran así? ¿Cómo llegaron a ese lugar y momento? No creo que este olvido recurrente se deba a malicia o indiferencia, sino a un mecanismo de defensa frente a nosotros mismos. Pasan cosas que nos conmueven, nos duelen, incluso aterran,  y nos obligan a sentir y pensar por encima de nuestra cotidianidad; el velo que cubre nuestros ojos nos es arrebatado de forma violenta y la rueda se detiene por un instante, algunos minutos u horas. Recordamos quienes somos mas allá de nuestros nombres, profesiones, géneros, idiosincracias, etc. Recordamos nuestra humanidad, esa cualidad incuestionable que nos hermana. Por eso dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos en sus primeros artículos:

 Artículo 1
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.

 Artículo 3

Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.


Nada dice explícitamente de ser, ¿pero cuando hablamos del derecho a la vida o a la libertad no estamos hablando del derecho a ser?. Y habla de comportarse fraternalmente los unos con los otros, porque si bien es cierto eso de "mis derechos terminan donde empiezan los del otro", más cierto es aún que mis derechos no existen sin los del otro. No podemos ser verdaderamente libres sin que los demás lo sean, podemos sí, vivir en la creencia de que lo somos, pero definitvamente no es lo mismo. Podemos ajustar el velo con todas nuestras fuerzas, podemos esquivar las situaciones que amenacen con quitarlo. Podemos vivir así porque es un velo, nos permite ver lo suficiente, lo indispensable para seguir adelante. ¿Pero cuánto dejamos de ver?¿Pero cuánto dejamos de percibir, de sentir? ¿Y qué va a pasar cuando necesitemos extender nuestra mano y los demás no puedan verla?. Tengo la firme convicción de que para defender los derechos humanos, hay que aprender a vivir a través de ellos, pero, sobretodo, hay que reconocernos humanos en cada decisión que tomamos, en cada paso que damos.  Por eso propongo que, simplemente, ejerzamos el derecho a ser, siempre.

Dejo otra cita de Oscar Wilde y un fragmento de El príncipe Feliz, de su autoría, para que recordemos también la importancia de elevar nuestra mirada y poder ver más allá del lugar en el cual estamos parados.

" Vivimos en una época en la cual las cosas innecesarias son nuestra única necesidad"

Y acá les dejo el enlace para leer completo el cuento 



"-Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placer es la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar."

 







miércoles, 21 de marzo de 2012

Otra vez otoño...

"Otoño" de Giuseppe Arcimboldo, 1573.


Las hojas de los árboles se encienden y una nueva paleta de colores se despliega. Las mañanas son más frescas, la lluvia alterna con la niebla. Y la alegría dispersa del verano, lentamente, se condensa; muta y fluye disfrazada de tristeza.

Perdón por el abandono. El pasado año no fue un año de palabras, más bien de hechos y silencios.
Pero acá me tienen otra vez, leyendo y escribiendo, deseosa y expectante, con nuevos bríos y nuevos libros.

"Otoño"
de Octavio Paz



En llamas, en otoños incendiados,
arde a veces mi corazón,
puro y solo. El viento lo despierta,
toca su centro y lo suspende
en luz que sonríe para nadie:
¡cuánta belleza suelta!

Busco unas manos,
una presencia, un cuerpo,
lo que rompe los muros
y hace nacer las formas embriagadas,
un roce, un son, un giro, un ala apenas;
busco dentro mí,
huesos, violines intocados,
vértebras delicadas y sombrías,
labios que sueñan labios,
manos que sueñan pájaros...

Y algo que no se sabe y dice «nunca» cae del cielo,
de ti, mi Dios y mi adversario.



"Ritmo de otoño"
de Federico García Lorca, 1920



Amargura dorada en el paisaje.
El corazón escucha.

En la tristeza húmeda el viento dijo:
Yo soy todo de estrellas derretidas,
sangre del infinito.
Con mi roce descubro los colores
de los fondos dormidos.
Voy herido de místicas miradas,
yo llevo los suspiros
en burbujas de sangre invisibles
hacia el sereno triunfo
del amor inmortal lleno de Noche.
Me conocen los niños,
y me cuajo en tristezas.
Sobre cuentos de reinas y castillos,
soy copa de luz. Soy incensario
de cantos desprendidos
que cayeron envueltos en azules
transparencias de ritmo.
En mi alma perdiéronse solemnes
carne y alma de Cristo,
y finjo la tristeza de la tarde
melancólico y frío.
El bosque innumerable.

Llevo las carabelas de los sueños
a lo desconocido.
Y tengo la amargura solitaria
de no saber mi fin ni mi destino.

Las palabras del viento eran suaves
con hondura de lirios.
Mi corazón durmiose en la tristeza
del crepúsculo.

Sobre la parda tierra de la estepa
los gusanos dijeron sus delirios.

Soportamos tristezas
al borde del camino.
Sabemos de las flores de los bosques,
del canto monocorde de los grillos,
de la lira sin cuerdas que pulsamos,
del oculto sendero que seguimos.
Nuestro ideal no llega a las estrellas,
es sereno, sencillo:
quisiéramos hacer miel, como abejas,
o tener dulce voz o fuerte grito,
o fácil caminar sobre las hierbas,
o senos donde mamen nuestros hijos.

Dichosos los que nacen mariposas
o tienen luz de luna en su vestido.
¡Dichosos los que cortan la rosa
y recogen el trigo!
¡Dichosos los que dudan de la muerte
teniendo Paraíso,
y el aire que recorre lo que quiere
seguro de infinito!
Dichosos los gloriosos y los fuertes,
los que jamás fueron compadecidos,
los que bendijo y sonrió triunfante
el hermano Francisco.
Pasamos mucha pena
cruzando los caminos.
Quisiéramos saber lo que nos hablan
los álamos del río.

Y en la muda tristeza de la tarde
respondioles el polvo del camino:
Dichosos, ¡oh gusanos!, que tenéis
justa conciencia de vosotros mismos,
y formas y pasiones,
y hogares encendidos.
Yo en el sol me disuelvo
siguiendo al peregrino,
y cuando pienso ya en la luz quedarme,
caigo al suelo dormido.

Los gusanos lloraron, y los árboles,
moviendo sus cabezas pensativos,
dijeron: El azul es imposible.
Creíamos alcanzarlo cuando niños,
y quisiéramos ser como las águilas
ahora que estamos por el rayo heridos.
De las águilas es todo el azul.
Y el águila a lo lejos:
¡No, no es mío!
Porque el azul lo tienen las estrellas
entre sus claros brillos.
Las estrellas: Tampoco lo tenemos:
está entre nosotras escondido.
Y la negra distancia: El azul
lo tiene la esperanza en su recinto.
Y la esperanza dice quedamente
desde el reino sombrío:
Vosotros me inventasteis corazones,
Y el corazón:
¡Dios mío!

El otoño ha dejado ya sin hojas
los álamos del río.

El agua ha adormecido en plata vieja
al polvo del camino.
Los gusanos se hunden soñolientos
en sus hogares fríos.
El águila se pierde en la montaña;
el viento dice: Soy eterno ritmo.
Se oyen las nanas a las cunas pobres,
y el llanto del rebaño en el aprisco.

La mojada tristeza del paisaje
enseña como un lirio
las arrugas severas que dejaron
los ojos pensadores de los siglos.

Y mientras que descansan las estrellas
sobre el azul dormido,
mi corazón ve su ideal lejano
y pregunta:
¡Dios mío!
Pero, Dios mío, ¿a quién?
¿Quién es Dios mío?
¿Por qué nuestra esperanza se adormece
y sentimos el fracaso lírico
y los ojos se cierran comprendiendo
todo el azul?

Sobre el paisaje viejo y el hogar humeante
quiero lanzar mi grito,
sollozando de mí como el gusano
deplora su destino.
Pidiendo lo del hombre, Amor inmenso
y azul como los álamos del río.
Azul de corazones y de fuerza,
el azul de mí mismo,
que me ponga en las manos la gran llave
que fuerce al infinito.
Sin terror y sin miedo ante la muerte,
escarchado de amor y de lirismo,
aunque me hiera el rayo como al árbol
y me quede sin hojas y sin grito.

Ahora tengo en la frente rosas blancas
y la copa rebosando vino.



jueves, 1 de diciembre de 2011

Nicanor Parra: Premio Cervantes 2011

"El hombre invisible"- Salvador Dalí (1929)


El poeta chileno Nicanor Parra es, a sus 97 años, el nuevo ganador del Premio Cervantes 2011.
Nadie pone en duda que lo merezca, pero ya muchos desconfiaban de que pudieran otorgárselo después de tantos años de postergación; razón por la cual la buena nueva se mezcla con sorpresa. Mejor tarde que nunca dicen por ahí.

Pueden leer poemas o antipoemas, discursos, entrevistas y otros textos; ver fotografías y videos, además de datos bio y bibliográficos en el sitio web creado por la Universidad de Chile:

http://www.nicanorparra.uchile.cl/index.html

Me gustó lo que aparece en la página de biografía

Misión cumplida: árboles plantados 17
hijos 6
obras publicadas 7
________________________
Total 30


Algunos poemas...



El hombre imaginario ("Hojas de Parra", 1985)


El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario

De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios

Todas las tardes tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios

Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario

Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario


Preguntas y Respuestas ("Hojas de Parra", 1985)


¿qué te parece valdrá
la pena matar a dios
a ver si se arregla el mundo?

-claro que vale la pena

-¿valdrá la pena jugarse
la vida por una idea
que puede resultar falsa?

-claro que vale la pena

-¿pregunto yo si valdrá
la pena comer centolla
valdrá la pena criar
hijos que se volverán
en contra de sus mayores?

-es evidente que sí
que nó
que vale la pena

-Pregunto yo si valdrá
la pena poner un disco
la pena leer un árbol
la pena plantar un libro
si todo se desvanece
si nada perdurará

-tal vez no valga la pena
-no llores
-estoy riendo
-no nazcas
-estoy muriendo

Quién es el que viene ahí ("Hojas de Parra", 1985)


que no es mi viejito feo?
-quién otro va a ser mijita...
-pase por aquí papá
qué bueno que haya venido
adónde quiere sentarse
en la silla o en el piso
-en las dos cosas mijita...
-y qué se quiere servir
hay té café y chocolate
-de las tres cosas mijita...
-con pan o con sopaipillas?
-con pan y con sopaipillas...
-y por qué llora mi viejo
-lloro por mi vieja ingrata
que se fue y no me llevó...
-no llore más papacito
-cómo no voy a llorar..


Cambios de nombre ("Versos de Salón", 1962)


A los amantes de las bellas letras
Hago llegar mis mejores deseos
Voy a cambiar de nombre a algunas cosas.
Mi posición es ésta:
El poeta no cumple su palabra
Si no cambia los nombres de las cosas.
¿Con qué razón el sol
Ha de seguir llamándose sol?
¡Pido que se le llame Micifuz
El de las botas de cuarenta leguas!

¿Mis zapatos parecen ataúdes?
Sepan que desde hoy en adelante
Los zapatos se llaman ataúdes.
Comuníquese, anótese y publíquese
Que los zapatos han cambiado de nombre:
Desde ahora se llaman ataúdes.
Bueno, la noche es larga
Todo poeta que se estime a sí mismo
Debe tener su propio diccionario
Y antes que se me olvide
Al propio dios hay que cambiarle nombre
Que cada cual lo llame como quiera:
Ese es un problema personal.


Tres poesías ("Versos de Salón", 1962)


1

Ya no me queda nada por decir
Todo lo que tenía que decir
Ha sido dicho no sé cuántas veces.


2

He preguntado no sé cuántas veces
Pero nadie contesta mis preguntas.
Es absolutamente necesario
Que el abismo responda de una vez
Porque ya va quedando poco tiempo.

3
Sólo una cosa es clara:
Que la carne se llena de gusanos.


Fuentes de soda ("Versos de Salón", 1962)


Aprovecho la hora del almuerzo
Para hacer un examen de conciencia
¿Cuántos brazos me quedan por abrir?
¿Cuántos pétalos negros por cerrar?
¡A lo mejor soy un sobreviviente!

El receptor de radio me recuerda
Mis deberes, las clases, los poemas
Con una voz que parece venir
Desde lo más profundo del sepulcro.

El corazón no sabe qué pensar.

Hago como que miro los espejos
Un cliente estornuda a su mujer
Otro enciende un cigarro
Otro lee Las Últimas Noticias.

¡Qué podemos hacer, árbol sin hojas,
Fuera de dar la última mirada
En dirección del paraíso perdido!

Responde sol oscuro
Ilumina un instante
Aunque después te apagues para siempre.


sábado, 29 de octubre de 2011

El principado de la infancia



El principito, ilustración de Antoine de Saint-Exupéry



Hace dos meses, pude asociarme, finalmente, a una biblioteca pública. El mismo día que me dieron el carnet de socio, me abalancé voraz entre sus anaqueles polvorientos para conseguir "nuevo" material de lectura. En la sección de novelas filosóficas hice un hallazgo que me inundó con una maravillosa y palpitante nostalgia. Era un ejemplar de tapa de cartón y páginas cosidas de El principito ( Le petit prince) de Antoine de Saint-Exupéry. Ahí estaba ante mis ojos, el primer libro que marcó con huella indeleble mi existencia... Y en la misma edición por la cual yo lo había conocido . El texto original editado por Emecé, con las ilustraciones del autor. Sus tapas y páginas amarillas, ese olor inconfundible a libro añejo que se desprendía del papel, y las manchas de un ocre anaranjado, producto de la humedad, me sedujeron como seduce un tubo fluorescente encendido durante una noche verano a polillas y mosquitos. Lo traje conmigo a casa embelesada.



Esta novela es clásico entre los clásicos y lectura obligada, en muchos casos, desde las instituciones educativas; pero aún así creo que su vigencia actualmente está amenazada por el olvido colectivo. Ya no se lo reedita como antes, ni se lo ve abrigado entre cuadernos en la mochila de los niños. Pero lo más triste, y quizás esto haya sido así desde un principio, es que no está en la lista de lecturas de los adultos. ¿Por qué digo esto? Porque, a mi entender, es uno de esos escasos libros que merecen ser releídos en distintas estaciones de la vida; un libro que, más allá de los méritos literarios que se le puedan otorgar o no, nos deja, al leerlo, en un lugar que no frecuentamos siendo adultos. Ese lugar mágico y secreto, lleno de incertidumbres y asombro, en el cual nos era tan natural estar cuando éramos niños.

El principito es una novela que no tiene desperdicio en ninguno de sus párrafos, nos regala frases deliciosas, poéticas y honestas de principio a fin. Desde la misma dedicatoria podemos intuir que el libro que tenemos frente a nuestros ojos no es un libro cualquiera:




¿Quién no recuerda la ilustración de una boa tragándose a un elefante que deviene en un sombrero?



"Mostré mi obra maestra a las personas grandes y les pregunté si mi dibujo les asustaba. Me contestaron: ¿Por qué habrá de asustar un sombrero"
Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digería un elefante. Dibujé entonces el interior de la serpiente a fin de que las personas grandes pudiesen comprender. Siempre necesitan explicaciones. Mi dibujo número 2 era así:


"Las personas grandes me aconsejaron que dejara a un lado los dibujos de serpientes boas abiertas o cerradas y que me interesara un poco más en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. Así fue cómo, a la edad de seis años, abandoné una magnífica carrera de pintor. Estaba desalentado por el fracaso de mi dibujo número 1 y número 2. Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es cansador para los niños tener que darles siempre y siempre explicaciones"

"Tuve así, en el curso de mi vida, muchísimas vinculaciones con muchísima gente seria. Viví mucho con personas grandes. Las he visto muy de cerca. No he mejorado excesivamente mi opinión. Cuando encontré alguna que me pareció un poco lúcida, hice la experiencia de mi dibujo número 1, que siempre he conservado. Quería saber si era verdaderamente comprensiva. Pero siempre me respondía: "Es un sombrero". Entonces no le hablaba ni de serpientes boas, ni de bosques vírgenes, ni de estrellas. Me colocaba a su alcance. Le hablaba de bridge, de golf, de política y de corbatas. Y la persona grande se quedaba muy satisfecha de haber conocido un hombre tan razonable".

Conocí este libro cuando tenía 6 años y estaba en preescolar, y dejó una impresión muy fuerte en mí. Tanto así, que mi primera pesadilla recurrente contenía muchos elementos de esta novela como símbolos. Es más, sospecho que ha sido la piedra fundacional sobre la cual se gestó mi deseo de escribir.
En esa época, cuando tenía 6 años, era el peor tipo de niña que se pueda ser. Era una niña razonable. Me comportaba muy bien, tenía cuidado de no ensuciar el vestido que me habían puesto (el cual siempre estaba a tono con la cinta de raso de mi cabello), cuidaba meticulosamente mis juguetes y objetos escolares, y siempre recibía felicitaciones en el cuaderno. Los grandes pensaban que yo era una niña seria y responsable, e inteligente porque podía entender cosas que sólo los adultos entienden. Por supuesto que cuando estaba a solas conmigo misma, ya no pensaba en cosas razonables. Me sentaba en la horqueta de un árbol durante horas, imaginando como se sentiría ser esa mariposa blanca que revoloteaba sobre la flor del diente de león... O si el hecho de que me gustaran tanto las gomitas de eucalipto me hermanaba con los koalas. No le mostraba a los grandes mi colección de piedras o esa mancha de humedad que tenía forma de armadillo y estaba justo encima de la ventana. Pero aún así, era una niña razonable que se esforzaba por dibujar sombreros y que creía, erróneamente, que al ser grande podría dibujar lo que quisiera. Quería ser grande, y rápido, porque los grandes parecían saber tantas cosas, porque los grandes podían decir "NO" a secas y sin escuchar reproches. Ser grande parecía una cosa muy buena.
Afortunadamente poco antes de la pubertad algunos eventos que acontecieron en mi vida me permitieron darme cuenta de mi error; afortunadamente, porque gracias a ello pude animarme a ser de vez en cuando una niña poco razonable.
Han pasado muchos años desde entonces, y ya llegué a esa etapa en la cual tengo que esforzarme para comprender las explicaciones que me da un niño, y tengo que preguntarle una y otra vez la misma cosa.
Después de esta reciente lectura de El principito me he dado cuenta que, mal que me pese, no sólo sigo dibujando sombreros sino que además me he vuelto una experta en la materia.
Pero la vida me ha dado una segunda oportunidad para regresar al principado de la infancia, aunque ya no como anfitriona sino como invitada, que no es poco. Tengo una hija pequeña que, emulando al principito, siempre me pide que le haga dibujos. Me hace dibujar elefantes astronautas y dinosaurios multicolores, y también animales que sólo ella conoce. Y yo dibujo, aunque esté cansada o no sea el momento oportuno, porque me doy cuenta de que ese pedido es un obsequio, una pequeña ventana que ella me obsequia para compartir su infancia.


El principito sacando brotes de baobas en el asteroide B 612


"Si os he referido estos detalles acerca del asteroide B 612 y si os he confiado su número es por las personas grandes. Las personas grandes aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamás sobre lo esencial. jamás os dicen: "¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere?¿Colecciona mariposas?" En cambio, os preguntan: ¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene?¿Cuánto pesa?¿Cuánto gana su padre?" Sólo entonces creen conocerle. Si decís a las personas grandes: "He visto una hermosa casa de ladrillos rojos con geranios en las ventanas y palomas en el techo...", no acertarán a imaginarse la casa. Es necesario decirles: "He visto una casa de cien mil francos". Entonces exclaman: "¡Qué hermosa es!"
Si les decís: "La prueba de que el principito existió es que era encantador, que reía, y que quería un cordero. Querer un cordero es una prueba de que existe", se encogerán de hombros y os tratarán como se trata a un niño. Pero si les decís: "El planeta de donde venía es el asteroide B 612", entonces quedarán convencidos y os dejarán tranquilo sin preguntaros más. Son así. Y no hay que reprocharles. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas grandes."